martes, 30 de diciembre de 2008

La vida feliz del breve Michel Petrucciani



Ha muerto a la edad de 36 años Michel Petrucciani y lo primero que uno recuerda es la imagen entre cómica y patética de este Toulouse-Lautrec del jazz, cuando con tres pies de estatura y ayudado apenas por unas cortas muletas se acercaba al piano para cumplir la hazaña de encaramarse en la banqueta. Siempre supieron los diseñadores de las portadas de sus discos compactos explotar la pequeñez de Petrucciani y su rostro entre payaso y mimo que no llega a serlo, y por momentos, con el CD en la mano, uno tiende a confundirlo con un personaje de una película de Werner Herzog. Pero en eso llega la música para salvarnos del gesto caricaturesco, y la mirada que pretende ser triste y lo es pese a ello, y entramos en el tiempo donde ahora vive para siempre, encerrado entre el sonido y el rayo láser, burlándose de nosotros para nuestro deleite, inquieto y eterno Michel Petrucciani.
Hijo de un guitarrista de jazz, nació en Orange, Francia, el 28 de diciembre de 1962, y estudió piano durante siete años, para brindar su primer concierto a la edad de 13. Dos más tarde ya estaba tocando con el baterista Kenny Clarke y el trompetista Clark Terry. A los 17 años se trasladó a París, donde grabó su primer disco. Por ese tiempo, comenzó a tocar también con el saxofonista Lee Konitz. En 1982 viajó a California y se asoció al saxofonista Charles Lloyd, y juntos recibieron el Premio a la Excelencia en el Festival Internacional de Jazz de Montreux. Pero no fue hasta el año siguiente, cuando se presentó en el Carnegie Hall como parte del Kool Jazz Festival, que su fama se extendió por Estados Unidos.
Considerado como el más destacado seguidor del estilo de Bill Evans, Petrucciani no sólo comparte con éste el lirismo y el enfoque armónico al enfrentar la obra, sino la afinidad con músicos como el guitarrista Jim Hall. Asimismo —y al igual que Keith Jarrett—, en su labor se destaca la interpretación de varias composiciones o standards vinculadas por pasajes transitoriales donde reina la improvisación. Si bien es cierto que Petrucciani nunca alcanza la mezcla de improvisación y creatividad que despliega Jarrett en obras como The Köln Concert, su estilo evidencia una perfección técnica a través de la dinámica de una ejecución acelerada similar a la que solemos encontrar en Oscar Peterson.
Tanto Evans y Jarrett como Petrucciani han aportado un estilo introvertido y elaborado a la interpretación pianística del jazz, en esta segunda mitad del siglo, que a la vez es rico en lirismo. En este sentido, Petrucciani le agrega una afinidad con el impresionismo francés.
Si se quiere disfrutar a Petrucciani en toda su plenitud, lo mejor es escuchar Power of Three, de 1986, no sólo porque a su lado tiene a Hall y ambos son maestros de las improvisaciones corales y poseedores de una técnica que les permite desarrollar una gran riqueza armónica sino porque también el álbum incluye a Wayne Shorter en tres selecciones, donde su saxofón desborda de una creatividad y una pasión que no es fácil encontrar en otros discos suyos de la misma época.
La voluntad sin límites que desplegó Petrucciani para si no vencer al menos convivir con la osteogénesis imperfecta —que padecía desde su nacimiento y que detuvo su crecimiento a edad muy temprana : “Mi enfermedad no tiene nada que ver con el enanismo, tuve una infancia feliz pero fracturada”, solía bromear—, le sirvió también para consagrarse como pianista y compositor. Al morir el 6 de enero de 1999, mientras recibía tratamiento por un padecimiento pulmonar, dejó inconclusa una sinfonía. Lo sobreviven tres hijos y más de una docena de discos donde dejó plasmada su grandeza.
Fotografía: el pianista de jazz Michel Petrucciani en su apartamento de Nueva York, en esta foto de archivo de agosto de 1991 (Mario Suriani/AP).