viernes, 23 de febrero de 2024

Las dos caras del ajuste de Milei


La semana última Argentina vivió dos hitos: por primera vez en más de una década, el ministerio de Economía anunció que hubo superávit fiscal. Es decir, que se recaudó más de lo que se gastó, algo que ha ocurrido en poquísimas ocasiones en este país sudamericano, informa la BBC.
Poco tiempo después, el prestigioso Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) dio a conocer una cifra que dejó helados a muchos: estimó que la pobreza en enero superó el 57%, el peor índice desde la crisis de 2001/2.
Estos datos reflejan las dos caras de la Argentina de Javier Milei, el economista libertario que asumió en diciembre pasado prometiendo sanear la economía del país, que lleva décadas entrando y saliendo de crisis, y reducir la inflación, que hoy es la más alta del mundo.
En apenas dos meses Milei ha logrado cumplir con su meta de “déficit cero”, es decir, dejar de tener las cuentas en rojo. Y los mercados muestran su satisfacción:
Los bonos y acciones argentinos están en alza, el dólar libre (o “blue”) se ha estabilizado y el llamado “riesgo país” —un índice que muestra la confianza en la capacidad de un Estado para pagar su deuda— está en su nivel más bajo en dos años, todas señales de que el rumbo macroeconómico va por buen sendero.
Sin embargo, el remedio que ha aplicado Milei para lograr estas mejoras —un ajustazo sin precedentes— tiene severas consecuencias en una población que ya llevaba seis años consecutivos de caída del salario real, con un sueldo mínimo que equivale a apenas $160, el más bajo de la región después de Venezuela.
Motosierra + licuadora
Milei se hizo famoso durante la campaña por blandir una motosierra, un símbolo de cómo pensaba arrasar con el gasto público, el motivo que ha llevado al país a estar constantemente en déficit (112 de los últimos 122 años).
Según el economista, las soluciones que aplicaron hasta ahora los distintos gobiernos —emitir más billetes o pedir dinero para cubrir esos gastos— llevaron a que el país tenga una inflación que supera el 250% anual y sea el principal deudor mundial del Fondo Monetario Internacional (FMI).
En vez de esas recetas, este outsider, que ingresó a la arena política hace menos de tres años, propuso una solución más drástica: cortar el origen del problema —el gasto excesivo—, para llegar al “déficit cero”, que ha definido como su principal meta de gobierno.
Y en noviembre pasado, en la segunda vuelta electoral, casi el 56% de los argentinos apoyó la idea, que supuestamente —según Milei— se iba a centrar en cortar los gastos de la “casta”, como él llama a la clase política tradicional.
Pero pocos imaginaron lo rápido y profundos que serían los cambios que traería el nuevo presidente. Ni tampoco cuánto les afectaría a ellos directamente.
El día que asumió, el 10 de diciembre, Milei declaró que su objetivo era recortar 5 puntos del Producto Interno Bruto (PIB), un ajuste pocas veces visto en la historia, no solo de este país, sino del mundo.
No detalló que planeaba aplicar ese mega recorte en menos de dos meses, algo también inédito.
Para lograr su objetivo no solo prendió la famosa motosierra, reduciendo a la mitad los ministerios y secretarías, frenando nuevas obras públicas, recortando subsidios y gastos en publicidad institucional y eliminando las transferencias discrecionales a las provincias (lo que ha generado una pelea con los gobernadores de esos distritos).
También encendió la licuadora, que ha sido en realidad su principal herramienta de ajuste.
Emitió un decreto para que este año se aplique el mismo Presupuesto que en 2023, haciendo que las partidas presupuestarias queden por debajo del índice de inflación (lo que, en efecto, las redujo fuertemente).
Pero su medida más contundente fue quitarle la mitad de su valor al peso contra el dólar, lo que hizo desplomar —o “licuar”— el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones.
Según el economista Martín Polo, de la consultora Cohen Aliados Financieros, las medidas de Milei recortaron en más del 38% las jubilaciones y pensiones, el principal gasto del Estado.
También se achicó un 27% los salarios públicos, un 64% los subsidios económicos (principalmente a la energía) y 86% la obra pública. Todo de golpe.
Además, la fuerte devaluación aceleró aún más la inflación, que se duplicó entre noviembre y diciembre, alcanzando el 25,5% mensual a fin de año.
Caída del consumo
El resultado de estas medidas ha sido tan impresionante como dramático.
Por un lado, el gobierno celebra que en tiempo récord logró su meta de “déficit cero”, destacando que es la primera vez desde 2012 que el sector público no dio pérdidas.
Argentina hoy tiene la inflación más alta del mundo, del 254% anual.
Milei también resalta que la inflación, que parecía estar entrando en un proceso irreversible de hiperinflación, se ha desacelerado, bajando cinco puntos en el primer mes del año (al 20,6%).
La mayoría de los pronósticos privados anticipan que la tendencia continuará a la baja, con una inflación que rondaría el 15% en febrero.
Sin embargo, el costo humano de estas mejoras económicas ha sido enorme.
Según el Observatorio de la Deuda Social, entre diciembre y enero la pobreza pegó un salto, pasando del 49,5% al 57,4%, una cifra que se acerca a la de la peor crisis que vivió Argentina hasta el momento, la de 2001/2, cuando se alcanzó una cifra récord del 65,5% de personas pobres.
Y, aunque la baja de la inflación genera expectativa, la triste realidad es que el principal motivo por el que bajan los precios es que la gente ya no tiene suficiente dinero para gastar.
“Hubo una caída del consumo en el mercado interno. Las ventas minoristas cayeron el 26,8% en el mes de enero, de acuerdo con la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y continúan cayendo en febrero”, señaló a BBC Mundo Damián Di Pace, director de la consultora económica Focus Market.
“Y el consumo masivo bajó un 18,5%, así que lo que se ve es una caída de la actividad”.
En otras palabras: una profundización de la recesión que ya arrastraba Argentina, o más bien la “estanflación” —como explicó el propio Milei—, ya que se combina el estancamiento económico con una inflación astronómica, el peor de los escenarios.
Este proceso llevó al FMI a recortar drásticamente sus proyecciones de PIB para Argentina.
Mientras que en octubre había pronosticado para 2024 un crecimiento del 2,8%, a finales de enero cambió el signo de positivo a negativo, estimando que, con las nuevas medidas anunciadas por el flamante presidente, la economía argentina se contraerá un 2,8% este año.
El tsunami Milei
Los argentinos, de todos los estratos sociales, no olvidarán fácilmente estos primeros dos meses de gobierno de Milei.
Los salarios, que ya eran los más bajos de la región, después de Venezuela, se desplomaron con el ajuste de Milei.
Por un lado, sus sueldos sufrieron una marcada caída del poder de compra, por la devaluación y la aceleración de la inflación, que superó el 50% acumulado entre diciembre y enero (la inflación en alimentos fue aún superior).
Pero, al mismo tiempo, sus bolsillos sufrieron —y siguen sufriendo— un verdadero bombardeo por el “sinceramiento de precios” que ha llevado que tanto productos como servicios —que durante los años de gobierno kirchnerista estuvieron “pisados”, por intervención del Estado— de golpe se liberen.
Por la quita de subsidios, el transporte público aumentó más del 200% en la región más poblada del país y la tarifa eléctrica subió entre el 65% y el 150% (según niveles de ingreso).
Las “prepagas” de la Salud (empresas privadas de medicina de las que dependen millones de argentinos) aumentaron sus cuotas más del 100% luego de que el nuevo gobierno desregulara el sector.
“Los aumentos han sido demenciales. Es la primera vez en mi vida que no puedo pagar la prepaga”, le dice a BBC Mundo Andrés, un consultor privado de 60 años que prefiere no dar su apellido.
“Voy a tener que pedir un préstamo al banco para pagarlo porque tengo un problema de salud crónico y no puedo cambiar de plan, soy rehén del sistema privado”, afirma.
“Espero que solo sea por unos meses, hasta que la economía mejore”.
Los del medio
El temor es que muchas personas de clase media que ya no pueden pagar la salud privada empiecen a acudir a la pública, que ya está desfinanciada y sobrepoblada.
Algo similar podría ocurrir con la educación. En marzo empiezan las clases, después del receso de verano, y muchas familias tendrán que hacer cuentas para ver si pueden costear los colegios privados de sus hijos, que anunciaron aumentos importantes luego de que el gobierno de Milei los habilitara a fijar el valor de sus cuotas “sin límites”.
El mandatario ha señalado que está trabajando en “un mecanismo de asistencia”  para afrontar este problema (“si caen los ingresos y tenés que cambiar a los chicos del colegio, es traumatizante para padres e hijos”, afirmó en una entrevista con Radio La Red).
Los jubilados y la clase media han sido los más perjudicados por el ajuste.
Pero aún es temprano para saber si esta posible ayuda puede paliar los efectos del ajuste económico en la clase media, la gran perjudicada junto con los jubilados.
Así lo muestran las cifras del Observatorio de la Deuda Social, que señalan que mientras que, en los hogares más humildes, que reciben asistencia social, la pobreza aumentó 9 puntos desde el tercer trimestre de 2023, el incremento más grande se dio entre las familias que no califican para recibir ayuda del Estado, donde la pobreza saltó del 27% al 44% (17 puntos).
Este aumento puede verse en los comedores populares, donde, según los movimientos sociales, la cantidad de personas que asiste diariamente aumentó al menos un 50% desde diciembre.
“A mí me sirve mucho llevar un plato de comida para que mis hijos estén más llenos mientras mi mujer cocina, y aguanten un poco hasta la merienda”, señaló Daniel Barreto, un albañil que asiste al comedor Las Hormiguitas Viajeras, en el municipio de San Martin, al norte de la provincia de Buenos Aires.
“Lamentablemente la plata no sirve y todo es plata”, afirmó a la agencia AFP.
Los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) muestran por qué “la plata no sirve”: hoy el salario mínimo argentino representa menos de un tercio del precio de la canasta básica, el conjunto de bienes y servicios que necesita una pareja con dos hijos para no ser pobre.
Y eso no incluye el alquiler, uno de los gastos más grandes para muchas familias que no son propietarias de una vivienda.
El gobierno asegura que está pendiente de los más necesitados.
Si bien recibió muchas críticas por su decisión de frenar el envío de alimentos a los comedores y merenderos populares, mientras realiza una auditoría que busca sacar del medio a las organizaciones intermediaras a las que acusa de clientelismo, el gobierno destaca que aumentó la ayuda directa, duplicando la Asignación Universal por Hijo y aumentando la tarjeta alimentaria en un 50%.
Los comedores populares dejaron de recibir insumos del Estado nacional en diciembre y enero, cuando la inflación se disparó más del 50%.
En febrero, el ministerio de Capital Humano también firmó convenios de asistencia alimentaria con las iglesias evangélicas y la asociación católica Cáritas, por unos $550 mil.
Pero por el momento no hay medidas para aliviar la situación de los estratos medios y de las personas de la tercera edad, quienes más vieron licuados sus ingresos.
Lo peor está por venir
En medio del escozor que aún producen sus medidas, el propio Milei advirtió que “el momento más duro será entre marzo y abril”.
Sin embargo, también dijo que luego habrá una recuperación en forma de V: “A partir de ahí, tocaste fondo y empezás a rebotar”, predijo en diálogo con Radio Rivadavia.
“Las estimaciones del FMI dicen que podemos abrir el cepo a mitad de año”, detalló, en referencia a levantar las restricciones al acceso de dólares que se impusieron hace años en Argentina por la falta de reservas del Banco Central (que hoy siguen en rojo, aunque vienen en aumento y se abultarán en abril gracias a las exportaciones del campo).
“Cuando abrís el cepo, la economía se dispara para delante”, auguró el mandatario.
No todos comparten este pronóstico optimista. Pero incluso quienes sí lo hacen se preguntan dos cosas.
¿Cuánto caerá el empleo y cuántas empresas deberán cerrar como consecuencia de este período de fuerte estanflación? (uno de los pocos índices “positivos” de Argentina es su baja tasa de desempleo, que ronda el 6%).
Y, más acuciante aún: ¿hasta cuándo aguantará la tolerancia de la gente a esta realidad sin precedentes?