jueves, 7 de junio de 2007

El fracaso del guerrillero eterno


Cuando se pueda relatar, con distancia y justicia, el proceso de la revolución cubana, de alguna forma será necesario describir las trayectorias paralelas y entrecruzadas de Fidel Castro y Eloy Gutiérrez Menoyo. Quizá un capítulo, es posible que basten algunos párrafos —aún no hay quien logre definir el alcance— deberán caracterizar dos formas de entender la ejecución política y el apego a la lucha por cambiar un país, donde las ambiciones personales, el protagonismo y la honestidad —o su ausencia— se mezclan en una larga historia de triunfos y fracasos.
En esta recopilación posible, a Menoyo siempre le ha tocado la peor parte. Esquemáticamente podría intentarse como un “tema del traidor y del héroe” en una sala de espejos, donde casi de inmediato Castro pierde su imagen de héroe y ocupa el puesto de traidor, mientras Menoyo va saltando de uno a otro extremo y continúa infatigable sin temor al riesgo de la caída.
Negarle a Menoyo esta historia de cambios es la injusticia mayor que con él comete buena parte del exilio de Miami. Su regreso a Cuba es la justificación de las peores sospechas. Los años de cárcel, los golpes y los maltratos no se mencionan. Se rechaza por principio la posibilidad de que esté equivocado. Al tiempo que se minimiza su impacto político, se agigantan sus defectos.
Bajo este punto de vista, todo lo ha hecho mal el hombre que se anticipó a volver del destierro, por miedo de no llegar a tiempo. Castro es el triunfador, Menoyo el perdedor. Uno el guerrillero que ha sacado provecho de todas las oportunidades, otro el despilfarrador de ocasiones. Astucia en el primero, torpeza en el segundo. Cualquier interpretación que se aparte de este molde, queda desechada de inmediato. Virtudes que se le reconocen a cualquiera con un historial semejante —dedicación, evolución política, respaldo a la lucha pacífica, desprendimiento— quedan a un lado. Enemigos por todas partes, que superan sus diferencias ideológicas en el rechazo a un hombre que ha ganado poco y perdido mucho para ser odiado tan profundamente. Menoyo —en fin— aparece como un mal conspirador, y lo peor es que muchas veces parece conspirar contra él mismo.
Bajo esa óptica, la actuación de Menoyo se limita a hacerle el juego a Castro. Sus palabras en contra del “comportamiento autoritario e inmovilista”, durante la III Conferencia La Nación y la Emigración —celebrada en La Habana en mayo de este año— forman parte de un libreto. Si luego critica a los disidentes, en los días de celebración del XXXVI Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), no hace más que demostrar su entreguismo a La Habana. Su rechazo al embargo repite la postura del régimen. Declararse en favor del aspirante a la presidencia norteamericana por el Partido Demócrata, John Kerry, una prueba más de su alianza con el ala más izquierdista norteamericana y con quienes cerraron los ojos ante el genocidio comunista en Vietnam y otros países asiáticos. Si permanece en la isla, ahí está la confirmación de que cuenta con el beneplácito de las autoridades.
Tales acusaciones, desde Miami, mezclan los reproches justos con los ataques personales; las críticas válidas con la retórica de esquina; la intransigencia política —entendida como el rechazo irracional al punto de vista de otro— con el necesario debate de ideas y estrategias.
Hay más elementos a tomar en consideración que el simple ataque a Menoyo por su deseo de permanecer en Cuba —bajo la forma de un limbo legal de baja intensidad política— y el apoyo a lo que no constituye un desafío a Castro sino más bien una visión demasiado optimista de la posibilidad de abrir un espacio para la “oposición independiente” dentro de la isla. En primer lugar, el rechazo a la acusación de que Menoyo desempeña un papel asignado por Castro. En segundo, considerar que su gestión hasta el momento ha sido poco efectiva con vista a que el pueblo cubano pueda recuperar su soberanía. Por último, señalar que ha contribuido a la división de la disidencia interna, aunque no de forma decisiva. Más bien de cara al exterior y no dentro de la isla.
La disidencia ya estaba bastante fraccionada antes de que Menoyo regresara a la isla. Tampoco se puede decir que se le haya asignado el papel de “disidente permitido”. A Castro no le interesa una disidencia permitida. Lo que siempre ha intentado —y logrado en parte— es controlar el movimiento disidente, mediante la represión e infiltrando sus filas. En ambos casos, Menoyo quedaría fuera del terreno, esperando eternamente en el banco su turno al bate.
Otro punto es la posible utilidad de Menoyo —de cara a Europa y especialmente a España— para que el régimen limpie en cierta medida su imagen represiva. El optimismo del ex comandante se confunde con una justificación de los medios utilizados por el régimen para reprimir la disidencia. Cuando él considera que la supuesta anuencia de La Habana, al permitirle viajar al exterior y regresar a la isla, deja “claro el mensaje de que con un tipo de oposición independiente se puede trabajar”, no da una muestra de ingenuidad sino de complacencia. Al criticar una estrategia internacional de “enfrentamiento” con Castro y abogar por una “política de buena vecindad” confunde de nuevo los términos. Si bien el aislamiento económico a Cuba —léase embargo norteamericano y medidas similares— simplemente contribuye a una situación de “plaza sitiada”, en la cual el gobernante cubano ha demostrado hasta el cansancio su capacidad de resistencia, el cruzarse de brazos a la espera de gestos de buena voluntad del dictador es acogerse al refugio de las telarañas.
El problema es que Menoyo no representa oposición alguna, a los efectos de movilizar un movimiento de disidencia interna en favor del cambio. Hasta ahora no ha podido convertirse en una contrapartida frente al régimen, ampliamente reconocida, similar a la representada por Oswaldo Payá, Vladimiro Roca y Oscar Elías Biscet. No ha conseguido aún representar una alternativa. Es una figura con historia y proyección personal, pero sin peso político en la isla, ni entre los opositores y mucho menos en la población. Atrae a las cámaras y las libretas de los reporteros, pero no a los ciudadanos. De lo contrario, no estaría en Cuba, o al menos caminando por las calles habaneras.
No es un simple instrumento del régimen, pero tampoco alcanza la estatura de “enemigo peligroso”. No le hace el juego a Castro, pero juega a ser un político con una alternativa que hasta el momento se resume brevemente en la inacción que él tanto condena. Menoyo es simplemente Menoyo, ni más ni menos. Y aquí también surgen otros problemas con su línea de conducta.
Pese a su renuncia a la lucha por medios violentos, no ha dejado de ser un guerrillero. Sabe la importancia de asegurar una plaza, y conoce también la necesidad de mantenerse visible. Resistir y realizar escaramuzas. Ponerse a resguardo, pero no permitir que su presencia sea olvidada. Y al no poder contar aún con la fuerza necesaria para librar un pequeño combate —huye por experiencia de cualquier acción que lo convertiría en titular de la prensa mundial por breves días, pero echaría por tierra su campaña— se pierde en refriegas con otros disidentes. Ese es su error. Al tiempo que debe señalarse que no lo hace por orden de Castro, también debe enfatizarse que no es inocente.
Cuando se baja en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, y declara a la prensa que quizá Roca y Payá no acuden al Congreso del PSOE porque prefieren celebrar el 4 de julio con James Cason —el jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana— el 4 de julio comete algo más que una injusticia. Se pone de parte de Castro no por convicción ni oportunismo sino por afán protagónico. Vuelve a ser el guerrillero que se enfrenta no sólo al dictador Fulgencio Batista sino al resto de los revolucionarios. Las palabras no son dignas de un hombre que dice haber aprendido a perdonar y a encaminar la lucha por la vía de la reconciliación nacional. Repetir sus ataques a los disidentes en un comunicado, mientras se celebraba el Congreso del PSOE, es equivocar el enemigo y desperdiciar una tribuna por un ansia personal. Aboga por el multipartidismo y la democracia, pero no pierde oportunidad para tratar de asociar a otros disidentes con los intereses norteamericanos, con alegaciones que no hacen más que alinearse con el discurso repetido hasta el cansancio por el régimen para justificar la represión.
Hasta el momento, son declaraciones de este tipo la parte más visible de la gestión de Menoyo en Cuba. Se llega así a la paradoja de tener que defender a Menoyo —en vista de la condena a su persona que realiza una parte del exilio— al tiempo que se rechaza su antagonismo hacia la disidencia interna y se alerta sobre su optimismo injustificado.
Dos hechos justifican esta defensa. Uno está por encima del guerrillero que no se desprende de su coraza. El otro se apoya precisamente en lo que en parte niega el primero: la capacidad de supervivencia en la selva.
Los enemigos de Menoyo siempre acuden en su ayuda. Frente al inmovilismo de La Habana y Washington, éste representa no una esperanza ni una estrategia, pero atacar su permanencia en Cuba es ponerle otro candado a la puerta que nadie ha podido abrir.
La categoría de exiliado político la “otorga” Fidel Castro. Lo viene haciendo desde hace muchos años. Se la ha “conferido” a todo aquél que se ha visto obligado a abandonar la isla, con independencia de motivos, voluntad y aspiraciones. Estados Unidos reconoce esa categoría y ha sido generoso como ningún otro país con los cubanos. La nación norteamericana. No un gobierno específico, republicano o demócrata.
Hay algo que nos une a todos los que partimos de Cuba y nos diferencia del resto de los inmigrantes: no podemos —poco importa el deseo de hacerlo o no— establecernos de nuevo, de forma legal y permanente, en el país en que nacimos. No es un problema de ciudadanías adquiridas, es un derecho de nacimiento. Castro le da permiso a uno para irse definitivamente. Hasta ahora, no ha dado “permiso” para regresar definitivamente. Esta es una batalla que vale la pena librar: la anulación de los “permisos”.
Al regresar a Cuba, Menoyo sentó un precedente. Claro que no se trata de un ciudadano común y corriente, pero intentó abrir una puerta. Por diversas razones, Washington y La Habana han actuado al unísono para aumentar los permisos, en lugar de disminuirlos. La lucha de Menoyo avanza por el camino contrario y justo. Poco ha logrado hasta el momento, pero su permanencia en la isla es la segunda justificación de su defensa.
Defender a Menoyo no quiere decir librarlo de la crítica. Este artículo aspira a dejar clara esa diferencia. Se debe dar un paso más. Ser escéptico en cuanto a su gestión. La involución del proceso cubano no es un simple reflejo de un aparente aumento de tensiones entre Cuba y Estados Unidos. Castro ha sabido aprovechar una situación internacional propicia para aferrarse al poder —y cerrarle la vía a cualquier transición—, como respuesta al resquebrajamiento de su gobierno. Prefiere que la nación se haga pedazos antes de ceder una parcela de mando. Pero esta situación no es inmune al cambio.
Hay dos escenarios posibles donde Menoyo entraría finalmente a jugar un papel. En cualquiera de ellos, hay logros nada despreciable para él: abandonar la imagen de figura aislada, que provoca tanto rechazo en Miami, temor en muchos es la isla y controversia en todas partes. El primero tiene que ver con España, y puede estar comenzando a materializarse. El segundo con Estados Unidos.
¿Qué puede significa Menoyo para Castro? La posibilidad de abrir un canal con el actual gobierno español es una respuesta probable, pero tan tentativa como todo lo que el ex comandante ha hecho en los últimos años. Un tanto en favor del opositor: escogió residir en la isla en momentos en que tal vía estaba más cerrada que nunca. Si en alguna que otra ocasión su astucia política puede ser puesta en duda, su paciencia es infalible. Otro a favor de Castro: la presencia de Menoyo en La Habana es una ficha de reserva que puede utilizar o no, sin que hasta el momento se sienta comprometido en forma alguna. Un tercero que beneficia a ambos: la actual política de Washington hacia Cuba. Una estrategia de cierre total —como el que representan las ya famosas “nuevas medidas”— distancia a Europa de cualquier acuerdo común con Estados Unidos para presionar políticamente a La Habana. Hay que ver que ocurre cuando Menoyo regrese a la isla.
El segundo escenario es probable, pero no de inmediato. Una nueva política norteamericana hacia la isla implicaría un reajuste de posiciones. Menoyo quiere estar en Cuba en caso de que ocurra. El guerrillero solitario, sin detenerse a pensar en el tiempo que conspira en su contra. Incluso un pequeño triunfo cambiaría por completo una historia marcada por más de un fracaso. Menoyo que finalmente logra su definición mejor.
Publicado originalmente el 19 de julio de 2004 en Encuentro en la Red.
Fotografía de archivo de Fidel Castro en 1959, con los entonces comandantes Eloy Gutiérrez (centro) y William Morgan (derecha).