jueves, 30 de octubre de 2008

El fin de la partida



Empecinarse, exagerar e insistir son rasgos típicos del exiliado, escribe Edward W. Said, al caracterizar una condición de la que participaba. Mediante ellos el expatriado trata de obligar al mundo a que acepte una visión que le es propia, ''que uno hace más inaceptable porque, de hecho, no está dispuesto a que se acepte''.
Esa negativa a adoptar otra identidad, a mantener la mirada limitada y conservar las experiencias solitarias marca a quienes han sufrido cualquier tipo de exilio, con independencia de raza y nación.
El problema con los cubanos se ha vuelto más complejo con los años, al mezclarse las categorías de exiliado, refugiado, expatriado y emigrado entre los miembros de un mismo pueblo.
El exiliado es quien no puede regresar a su patria —la persona desterrada—, mientras que los refugiados son por lo general las víctimas de los conflictos políticos. El expatriado es aquel que por razones personales y sociales prefiere vivir en una nación extraña y el emigrado es cualquiera que emigra a otro país.
En el caso de Cuba, salvo los expatriados que viven en Europa u otras partes del mundo —por lo general nunca en Miami— y pueden entrar y salir de la Isla sin problema, todos los demás caemos en la categoría de exiliados, porque se nos impide el regreso a la patria, aunque no ''practicamos'' el exilio con igual fuerza. Y todos además, incluidos los expatriados, tenemos que atenernos a un ''código político''. Al mismo tiempo la mayoría podemos reclamar la etiqueta de ''víctimas''.
La existencia de una difusión en las fronteras de estas categorías, la falta de límites, el poder saltar de una a otra sin problema ha sido causa de más de un conflicto y motivo de muchas incomprensiones en Miami y la Isla.
Es un problema que tiene que enfrentar el gobierno cubano, si de verdad está interesado en un mejoramiento de las relaciones con quienes viven fuera del país. No sólo en Miami, o Estados Unidos en general, sino en todo el mundo. No parece dispuesto a hacerlo.
La solución tiene que partir de Cuba y ha de venir sin restricciones. La entrada libre al país y la posibilidad del regreso si alguien lo desea. Abandonar la excusa de repetir una y otra vez las medidas adoptadas por la actual administración. Sin proponer en cambio un plan que se contraponga, de una forma real y efectiva, a las normas creadas para complacer a un sector del exilio.
Washington y La Habana apuestan al statu quo, al tiempo que hacen ''denuncias'' y declaraciones en que se critican mutuamente. Pero ambas comparten un marcado interés en que la inutilidad de sus esfuerzos sea todo un éxito. Lo han logrado.
La Casa Blanca despilfarra millones en planes sin sentido y sostiene organizaciones que justifican sus ingresos con campañas que llaman la atención sólo en Miami.
En la Plaza de la Revolución no hay quien se atreva a proponer un poco de flexibilización, que permita el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes de la Isla.
Aferrarse a una estrategia sólo se justifica mientras ésta dé resultados. Cuba sigue esgrimiendo el argumento de plaza sitiada y Estados Unidos se empecina en las presiones económicas. Ambas afectan al ciudadano de a pie, no importa donde viva: el que quiere mandar unos dólares más a sus familiares, quienes aspiran a trabajar por su cuenta para contar con dinero suficiente a fin de cubrir sus necesidades, los que se preocupan por los suyos y están hartos de medidas políticas que únicamente les limitan la vida.
Un poco de cordura y sentido común bastaría para cambiar este panorama. Pero cada vez resulta más difícil esperar que pasos elementales sean dados en beneficio de los cubanos, los de aquí y los de allá. O todo o nada. Es la única apuesta en que parecen estar empecinados ambos jugadores. Nadie mueve ficha, como si el más simple cambio significara el fin de la partida y no el comienzo de otra distinta.
Mientras tanto, cubanos, exiliados y refugiados aguardan por ese final prolongado que les permita definirse mejor. Empecinados, exagerados, insistentes.
Fotografía: celebración en La Calle Ocho, el 16 de marzo de 2008 (Ronna Gradus/The Miami Herald).