jueves, 22 de marzo de 2007

Es el petróleo, estúpido



No se preocupe por leer las informaciones sobre los preparativos para el conflicto bélico con Irak que aparecen a diario en la primera página de los periódicos. La guerra es inevitable. Olvídese del debate a favor o en contra, que sólo sirve para confundir. No piense que se trata de aniquilar a un enemigo, porque no es ése el objetivo de las bombas. Por ahí no vienen los tiros. Esta nación va a luchar para controlar o reducir el poder de unos cuantos “amigos”. Lo va a hacer de forma obstinada, ilógica e inmoral. Pero lo va a hacer porque no le queda más remedio.
Estados Unidos debe poner un freno a su dependencia del petróleo de Arabia Saudita y tiene que prepararse ante la posibilidad de un incremento en la producción de crudo ruso. Tiene que hacerlo para mantener su hegemonía. El derrocamiento de Saddam Hussein es un paso indispensable en este sentido. El problema radica en que no es el único. Tras la victoria debe venir la consolidación de un régimen democrático en Irak (casi imposible), la privatización de su industria petrolera (no tan difícil) y establecer una cuña para la eliminación de la OPEP (casi un sueño). Los “enemigos” fundamentales en esta guerra van a resultar entonces la propia Arabia Saudita, por supuesto que Irán, Rusia y en cierta medida toda Europa. Lo peor es que estos países lo saben. Lo peligroso es que pocos norteamericanos, incluso en el Gobierno y en el Congreso, están convencidos de ello.
El presidente George W. Bush tiene una oportunidad única con la lucha contra el terrorismo y parece no estar dispuesto a desaprovecharla. Por supuesto que mucho más racional hubiera sido abrir la geografía de la nación a una amplia explotación petrolera o desarrollar formas alternativas de energía y equipos y automóviles mucho más eficientes. Pero la política, la demagogia y el cabildeo lo impiden. Así que la nación está frente a frente ante la disyuntiva de una nueva guerra imperialista. De momento, oponerse a ella no tiene sentido. Primero hay que vender el SUV y apagar todas las luces. De lo contrario se corre el riesgo de ser considerado un hipócrita. Y lo que es peor: de serlo. De esta clase ya tenemos bastante con los ecologistas.
Hay un temor bien fundamentado. Para ganarlas, las guerras imperialistas hay que hacerlas a sangre y fuego. No se puede pensar en mandar a un grupo de rufianes por delante para que abran el camino. Dicha práctica no resultó en las montañas de Tora Bora, en Afganistán. Existe otra solución, que es lanzar un par de bombas atómicas, pero sólo un columnista serio, Carl Thomas, expresó este tipo de opinión meses atrás, por lo que parece que la idea no tiene mucho respaldo.
Este siglo arrastra una de las medidas con consecuencias más graves para la economía mundial adoptadas en el pasado: la nacionalización del petróleo. La Unión Soviética abrió un camino que por casi cien años ha resultado nefasto para el mundo. En 1920 el nuevo gobierno bolchevique, necesitado de divisas, inundó el mercado mundial del crudo, lo que produjo un descenso vertiginoso de los precios. Ello trajo como consecuencia que los grandes financieros y productores de Occidente se reunieran en un castillo escocés y crearan el primer cartel petrolero a nivel mundial. A finales de la década de los 50, la URSS se encontraba de nuevo desesperada por moneda dura, y echó mano al mismo recurso. Los países exportadores reaccionaron ante la amenaza soviética con una reunión en Bagdad, en septiembre de 1960, donde se decidió la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En enero de 1961 la OPEP quedó oficialmente constituida. La integraron Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita y Venezuela. Luego se han sumado otras naciones.
No fue hasta 1973 que la OPEP mostró poder para sacar de órbita a la economía mundial. En octubre de ese año se produjo la Guerra del Yom Kippur y los países árabes comenzaron a utilizar el petróleo como un “arma política”, para castigar a los países occidentales por su apoyo a Israel. Ese año el barril de crudo costaba $3.00. En 1980 su precio se había elevado a $30.00.
El petróleo como arma política no ha podido con Israel. Tampoco ha beneficiado a los ciudadanos de las naciones árabes, estancados en regímenes autoritarios que han perpetuado la ignorancia y la miseria de que se nutren los grupos terroristas. Para cambiar esta situación, la lógica indica comenzar la guerra por Arabia Saudita, pero los gobernantes jamás se guían por la lógica. En cualquier caso, Hussein es despreciable salvo como objetivo de un misil. Así que hay que matarlo, privatizar el petróleo y acabar con la OPEP. Si alguien encuentra lo anterior cínico o ilusorio, ¿me podría explicar entonces por qué el Presidente quiere llevar esta nación a la guerra?
Published: Friday, August 30, 2002
Section: Perspectiva
Page: 25A
El Nuevo Herald
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