jueves, 22 de marzo de 2007

Oro negro, oro nazi


“Irak no pondrá el petróleo en manos extranjeras”. Lo dice Kamir M. al-Gailani, el ministro de Finanzas del gobierno provisional iraquí creado por Estados Unidos. La declaración parece destinada a silenciar las voces que afirman que los soldados norteamericanos fueron enviados a luchar y a morir por las reservas petroleras del país árabe, las mayores después de Arabia Saudí. “Nuestro objetivo es simple: promover el crecimiento de la economía y elevar el nivel de vida de todos los iraquíes a la mayor brevedad posible”, agrega el flamante funcionario según un cable de la Associated Press.
No tan simple.
Los hechos y la historia hacen dudar de una visión tan esperanzadora. Hasta el momento, todo apunta hacia una realidad completamente opuesta. Las mayores ganancias de la guerra en Irak irán a manos de las grandes corporaciones. No resultarán en beneficio de los ciudadanos norteamericanos, las clases media baja y trabajadora, que continúan poniendo los muertos y tendrán que pagar por varias generaciones los gastos excesivos de la reconstrucción. Tampoco redundarán en un futuro promisorio para el pueblo iraquí, que si bien se ha librado de un tirano enfrenta un futuro de caos e incertidumbre.
Basta con mirar a los nombres de las principales compañías que han logrado acuerdos millonarios luego de la invasión. El historial de dos de ellas deja poco espacio a la esperanza. Mediante un procedimiento de licitación limitada a unas cuantas empresas, la corporación Bechtel recibió un contrato de $680 millones para reconstruir Irak. A otra firma, Halliburton, se le ha asignado un papel clave en la puesta en marcha de la deteriorada industria petrolera, además de concesiones a sus subsidiarias para brindar apoyo logístico a las tropas. Ello permitirá que esta última compañía —de la que el vicepresidente Dick Cheney formó parte del consejo de dirección antes de trasladarse a la Casa Blanca— reciba $7,000 millones en contratos petroleros y unos cuantos millones de dólares adicionales para el abastecimiento militar de unos fondos del gobierno —que cada vez dependen más de quienes trabajan por un salario y menos de los ingresos de la clase acomodada, la principal beneficiada de las reformas fiscales impuestas por la administración republicana durante los dos últimos años. La afirmación anterior puede parece populista, pero no por ello deja de ser cierta: la guerra la han hecho y la van a pagar los asalariados a beneficio de los ricos.
Se ha hablado mucho de los vínculos de Halliburton con el gobierno actual. El historial de la Bechtel es menos conocido, aunque en determinados momentos el nombre de esta compañía ha aparecido en la prensa asociado a las altas esferas de Washington. Recordar ahora uno de los casos más notorios en que se vio envuelta esta corporación sirve de ejemplo del afán de manipulación política que ha caracterizado al gobierno de George W. Bush desde su llegada al poder.
Al igual que el resto de las grandes corporaciones norteamericanas, la historia de la Bechtel ejemplifica el modo de vida norteamericano a la hora de hacer negocios. La firma que desempeñará un papel fundamental en la creación de un nuevo Irak tuvo un origen humilde. Fundada en 1898 por Warren A. Bechtel, un arriero contratado para brindar servicio al sistema ferroviario en el territorio de Oklahoma, la compañía ha crecido hasta convertirse en un consorcio multinacional con 900 proyectos en unas 60 naciones y 47,000 empleados.
La entrada de Bechtel en Irak se remonta a 1950, cuando sus servicios fueron requeridos por la Compañía Petrolera Iraquí para construir un oleoducto de 556 millas, que trasladara el crudo de los campos en Kirkuk hasta el puerto de Baniyas en Siria. Luego, en los años 80, fue el principal contratista para la edificación de PC1 y PC2, dos plantas petroquímicas con capacidad dual para fabricar armamentos. En marzo de 1982, el gobierno sirio cerró el oleoducto como una muestra de solidaridad con Irán, cuyo gobierno fundamentalista islámico se encontraba enfrascado en una guerra sangrienta con Sadam Husein. A partir de agosto de 1981, la agencia de noticias iraní comenzó a informar de que Husein estaba empleando armas químicas en el conflicto. Los aviones iraquíes arrojaron al menos 13,000 bombas químicas desde 1983 a 1988. Entre los meses de octubre y noviembre de 1983, el gobierno iraní denunció que Irak estaba realizando ataques aéreos y terrestres con bombas químicas. Nada de esto detuvo al Departamento de Estado norteamericano en la negociación de un acuerdo para construir otro oleoducto, desde Irak hasta Jordania. El presidente en aquel entonces era Ronald Reagan. La compañía encargada de realizar la obra era la Bechtel. El enviado norteamericano para negociar el acuerdo fue Donald Rumsfeld.
Lo ocurrido entonces aparece documentado en una investigación dirigida por Jim Vallette: Crude Vision: How Oil Interests Obscured US Government Focus On Chemical Weapons Use by Saddam Hussein, realizada con documentos que se encuentran en el Archivo Nacional y en el Archivo Nacional de Seguridad, que he utilizado como fuente de datos, al igual que informaciones aparecidas en el periódico The New York Times y divulgadas por la Associated Press.
Para un hombre que ha afirmado en reiteradas ocasiones que la guerra de Irak no tuvo nada que ver con el petróleo, sino con la capacidad y la intención de Husein de usar armas de destrucción masiva —algo que ya había hecho con anterioridad, incluso contra su propio pueblo— la visita de Rumsfeld a Irak en 1983 arroja una sombra de duda. El ha insistido que se trató de una misión de paz, pero los documentos muestran que la construcción del oleoducto fue el objetivo principal. “Saqué a colación el asunto del oleoducto hasta Jordania, [el primer ministro Tariq Aziz] dijo que estaba familiarizado con la propuesta”. Estas son palabras del ahora secretario de Defensa, y artífice de la invasión, según aparecen citadas en un documento del Departamento de Estado sobre la reunión.
La realización de un oleoducto que llevara el crudo iraquí hasta el golfo de Aqaba, en Jordania, era de importancia fundamental para Estados Unidos, ya que esta ruta, que pasaba a través del mar Rojo, dejaba fuera al golfo Pérsico y al estrecho de Hormuz, donde se estaba desarrollando la “guerra de tanqueros”, que amenazaba el flujo de combustible con el hundimiento de buques petroleros por parte de Irak e Irán. Rumsfeld se reunió con Husein y también con Aziz, pero en ninguno de estos encuentros dijo una palabra sobre el empleo de armas químicas por parte del régimen iraquí. La cita con Aziz se celebró el mismo día que un panel de Naciones Unidas concluyó, de forma unánime, que Irak había atacado con municiones químicas a las tropas iraníes. Aunque cuatro días después el Departamento de Estado condenó oficialmente a Irak por el uso de armas químicas, presionó al Banco de Exportación-Importación de Estados Unidos para que se le otorgaran préstamos a corto plazo a esta nación para la construcción del oleoducto. En la práctica, la crítica se limitó a pedirle a los iraquíes que no adquirieran más armamento químico para no colocar a Estados Unidos en “una situación embarazosa”. La conclusión que arroja la lectura de los documentos y memorandos de aquellos años es clara: El oleoducto nunca se construyó. Algunos consideran que fue un error que posteriormente le costó muy caro a Husein. El dictador iraquí rechazó la idea ante el temor de que éste fuera blanco de un ataque israelí. También consideró excesivo el precio de $2,000 millones que pedía Bechtel, y se limitó a establecer conexiones con oleoductos en Turquía y Arabia Saudí para evitar el estrecho de Hormuz.
Para solucionar el temor iraquí ante un ataque israelí, el millonario Bruce Rapador, amigo del primer ministro Simón Peres, trató de negociar un acuerdo con Bechtel que le garantizara un diez por ciento de descuento en el precio del petróleo y que estas ganancias fueran destinadas al partido laborista. Peres estuvo de acuerdo en garantizar que Israel no atacaría la obra si no mediaba una “agresión no provocada”. A Irak no le bastó con ello y quiso obtener una confirmación irrestricta de Washington. Rapador trató de buscar el apoyo norteamericano a través del secretario de Justicia, Edwin Meese. Los promotores del oleoducto contrataron a James Schlesinger —ex secretario de Energía, ex secretario de Defensa durante las administraciones de Ford y Nixon y ex director de la CIA— y a William B. Clark —ex asesor de Seguridad Nacional bajo el gobierno de Reagan. La renuncia de Robert McFarlane como asesor de Seguridad Nacional fue otro golpe contra el financiamiento de la obra. El 31 de diciembre de 1985, Irak y Jordania rechazaron definitivamente la construcción del oleoducto. Tres años después, bajo escrutinio entre otros aspectos por su participación en los arreglos para financiar la obra, Meese se vio obligado a renunciar. En febrero de 1998, Rumsfeld, McFarlane y Clark, entre otros, firmaron una declaración condenando el uso de armas químicas por parte del régimen de Husein.
El dictador iraquí rechazó el plan para la construcción del oleoducto de Aqaba dos años después de que Rumsfeld le presentara la propuesta. Fue el último intento por parte de las compañías norteamericanas de participar en la industria petrolera iraquí. Pero hasta la invasión de Kuwait, en 1990, Bechtel continuó colaborando en proyectos con el gobierno de Husein. En 1988, la compañía firmó un contrato con “Alí el Químico” —acusado de gasear a miles de kurdos— para construir un complejo industrial petroquímico al sur de Bagdad. Este complejo, también poseía la capacidad dual de las plantas anteriores, De hecho, en su informe a Naciones Unidas del pasado año, Husein señaló a Bechtel como una de las principales corporaciones suministradoras de tecnología para la fabricación de armamento químico. La construcción se interrumpió cuando las tropas iraquíes entraron en Kuwait, y las fuerzas de seguridad de Husein detuvieron y luego deportaron a cientos de empleados de la firma, cuyo último empleado abandonó Irak en diciembre de 1990.
Bechtel no está sola en este terreno. Entre 1998 y 1999, y bajo la dirección de Cheney, Halliburton realizó ventas a Irak por valor de $23 millones a través de sus subsidiarias en Europa, según un informe publicado en el Financial Times de noviembre de 2000.
De todas las conexiones que Bechtel ha mantenido con la cúpula del poder estadounidense, sus vínculos con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) son quizá los más importantes. En Friends in High Places: The Bechtel Story, Leon McCartney presenta los estrechos lazos surgidos entre la CIA y Bechtel en los años 50. Steve Bechtel, ex CEO de la firma, mantuvo una estrecha relación con el entonces subdirector de la CIA, Allen Dulles, quien actuó como enlace entre la agencia y el Consejo Empresarial.
Hay que tener en cuenta estas relaciones estrechas con la CIA para comprender el poderoso vínculo entre Bechtel y la actual administración. La relación de la familia Bush con la agencia de inteligencia norteamericana no se limita al hecho de que el ex presidente George Bush fue director de ésta. Fue precisamente Allen Dulles el abogado contratado por el abuelo del actual mandatario para ocultar sus negocios con el nazismo. Bush padre pagaría por este error: hizo lo posible por distanciarse de ese pasado y salvar el honor familiar: abandonó sus planes para entrar en Yale y se enlistó en el ejercito norteamericano poco antes de que parte de la fortuna familiar fuera intervenida por el gobierno de Franklin D. Roosevelt, bajo la ley de comercio con el enemigo.
La “mala fortuna” de Prescott Bush fue que su suegro lo hiciera vicepresidente de la Union Banking Corporation, una firma que vendió más de $50 millones de bonos alemanes a inversionistas norteamericanos. No fue la única empresa norteamericana dedicada a financiar la Alemania nazi, pero tuvo una característica muy especial: uno de sus fundadores fue el empresario en la industria del acero Fritz Thyssen, el hombre que donó $25,000 a Adolf Hitler cuando éste no era más que un bullero y cuyo dinero permitió la supervivencia del naciente Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (Thyssen más tarde escribiría un libro sobre el tema: Yo financié a Hitler).
Según la obra George Bush: The Unauthorized Biography, de Webster G. Tarpely y Anton Cheitkin, Thyssen se incorporó al partido nazi y se convirtió en un de los miembros más poderosos de la maquinaria de guerra del nazismo, lo que derivó en grandes utilidades para los inversionistas norteamericanos. Cuando Hitler invadió Polonia, una acería que Thyssen poseía en el país pasó a ser operada con fuerza de trabajo esclavo procedente de Auschwitz. Luego Thyssen se retiró de las dos corporaciones financieras de las que Prescott Bush era vicepresidente (Union Banking Corporation y Harriman Investment). El abuelo del presidente Bush prosiguió con estos negocios hasta octubre de 1942. Si bien nunca fue encausado, el gobierno norteamericano confiscó sus acciones. Continuó al frente de las firmas, pero bajo estrecha supervisión gubernamental. En 1943, Prescott Bush renunció a su puesto y se convirtió en chairman del Fondo Nacional para la Guerra. Con la caída del nazismo, Thyssen fue arrestado y tuvo que pagar una indemnización por sus delitos. A su muerte, en 1951, el gobierno de Estados Unidos levantó la confiscación y los inversionistas norteamericanos pudieron vender tranquilamente sus acciones.
Espero que quien haya resistido hasta aquí la lectura se quede con un sabor amargo. Los negocios no tienen ideología o tienen simplemente la ideología de hacer negocios. Bechtel, Halliburton y los Bush no están solos. No es un problema de partido político. Si las principales compañías beneficiadas con los contratos de reconstrucción se encuentran entre los mayores contribuyentes al Partido Republicano, es porque los republicanos están en el poder. Nada garantiza que los demócratas no hubieran hecho lo mismo. Tampoco Estados Unidos es el único país que hace negocios con dictadores. En el caso de Irak, Francia, Rusia y China mantuvieron acuerdos con Husein a sabiendas de su predilección por las armas químicas. Pero lo que sí debería cambiar es el comportamiento del votante. El impulso banal a votar por el candidato que mejor luce ante las cámaras, “el tipo con el que saldría de pesquería o me tomaría una cerveza” y el guiarse por unos anuncios políticos machacones y el apoyo de un actor o vedette son parte de la indolencia que acarrea toda democracia. Una indolencia que contribuye a la riqueza y a la miseria.
Fotografía superior: el presidente George W. Bush se reúne con el príncipe saudita Abdullah Monday, en el rancho de Bush en Crawford, Texas, el 25 de abril de 2005. (Eric Draper/AP/Casa Blanca)
Fotografía medio derecha: un marine pasa junto a una estatua destruida de Sadam Husein en Bagdad, el 10 de abril de 2003. (Patrick Baz/AFP)
Fotografía medio izquierda: el entonces presidente George Bush saluda a las tropas en un campamento del desierto, en la zona oriental de Arabia Saudita, el 23 de noviembre de 1990, durante una visita por el Día de Acción de Gracias, (J. Scott Applewhite/AP)
Fotografía inferior derecha: el ex presidente George W. Bush saluda después de un lanzamiento en paracaídas en Yuma, Arizona, el 25 de marzo de 1997. (Mike Nelson/AP)
Este artículo apareció originalmente y con el mismo título en
Encuentro en la red, el 26 de enero de 2004.